Como dice
el refranero español, dándole la vuelta a la tortilla, Guillermo
Solana en la primera página del libro “El arte abstracto. Los
dominios de lo invisible” nos lanza la siguiente pregunta: ¿ha
existido alguna vez un arte que no fuera abstracto?.
Desde
mi punto de vista la mejor respuesta la daba Maurice Denis en 1890
con su rotunda afirmación; “Recuérdese
que un cuadro antes de ser corcel de guerra, desnudo de mujer o una
anécdota cualquiera, es esencialmente una superficie plana, cubierta
de colores que se aplican en determinado orden”,
por lo tanto debemos partir de la idea de que la misma pintura es una abstracción. Como dice Peter Halley, “los
principios visuales de la abstracción no están confinados a la
práctica del arte culto sino que se extienden a todos los aspectos
de nuestra cultura visual”. Si
esto es así, si abstracciones codificadas como las representaciones
del cuerpo masculino o femenino para indicar los baños o una pieza
de equipaje indica hacia donde debemos dirigirnos en un
aeropuerto, ¿qué nos resulta tan difícil de asumir a la hora de
enfrentarnos al arte abstracto del siglo XX?.
Quizás
lo que nos desconcierte del arte abstracto no sea su abstracción
desde la naturaleza, es decir, cuando somos capaces de reconocer que
aún queda algo de real en su abstracción. Lo que verdaderamente
desconcierta al espectador es la obra abstracta que se vuelve
completamente irreconocible, me refiero a esa buena parte del arte
del siglo XX que parece erigirse absoluto, sin relación alguna con
el mundo exterior, cuando en la obra ya no reconocemos una lejana
forma real simplificada hasta su máxima potencia, sino que se
presenta ante nosotros como algo completamente inconexo al mundo de
las apariencias. En defensa del espectador tenemos que
recordar que, el paso de la figuración, que había dominado el arte
occidental desde el renacimiento, a la abstracción, significaba un
paso de tal envergadura que, incluso los primeros artistas que se
enfrentaron a él, necesitaron de la ayuda de sus manifiestos para
sentir que estaban dando un sentido completo a su obra. Ante el
enigma de la "no figuración", los propios artistas se convirtieron en
críticos de sus obras.
El
desasosiego que deja en el espectador la contemplación de la obra
abstracta procede de las incógnitas que crea y a la vez deja sin
desvelar el mismo momento de su visualización. Desde mi punto de
vista sería más fácil dar respuesta a algunos de estos enigmas si
dejamos de ver el arte abstracto únicamente como ese
“lenguaje superior de expresión emocional, en el que el “libre”
juego del color “puro”, la forma y el gesto permiten al artista y
al espectador comulgar en un “plano” emotivo o espiritual más
allá de lo narrativo y representacional”
y como bien dice Peter Halley, pasamos a reconocer el arte abstracto del
siglo XX como ese reflejo de las complejidades históricas y
culturales que se vivieron en el momento de su gestación y
desarrollo. Creo que es determinante vincular la abstracción a
ciertos acontecimientos históricos que explican la complejidad de
este lenguaje, tales como, la llegada de la fotografía y sus
cualidades uniformemente monócromas, el descubrimiento de los rayos
X, el desarrollo del automóvil, la primera Guerra Mundial, la
segunda Guerra Mundial o la invención de la Bomba atómica, entre otros. En mi opinión, entre tal caldo de cultivo, la abstracción viene cargada de inevitabilidad.
“Si
la expresión pictórica ha cambiado es porque la vida moderna lo
hizo necesario”.
Fernand Léger, 1914.
Para que existiera el arte abstracto tenía que existir antes la idea de abstracto. En sí, abstracto siempre es algo inmaterializable, utópico en tanto que plasmarlo lo destituye de su abstracción. No existe nada abstracto que no esté dentro de una mente. Respecto al arte es tan simple como lo que pretendía Magritte. A lo mejor esto es una clave, a lo mejor es una pipa. Toda la filosofía del lenguaje habla de performatividad, desde que se nombra y existe va perdiendo inconsistencia hasta llegar a ser lo que se pretende que sea o algo totalmente distinto. Total, que papel higiénico y Platón escribiendo libros de espeleología porque no le da para pensar en comer.
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