lunes, 14 de enero de 2013

Una de Abstracción.



Como dice el refranero español, dándole la vuelta a la tortilla, Guillermo Solana en la primera página del libro “El arte abstracto. Los dominios de lo invisible” nos lanza la siguiente pregunta: ¿ha existido alguna vez un arte que no fuera abstracto?.

Desde mi punto de vista la mejor respuesta la daba Maurice Denis en 1890 con su rotunda afirmación; “Recuérdese que un cuadro antes de ser corcel de guerra, desnudo de mujer o una anécdota cualquiera, es esencialmente una superficie plana, cubierta de colores que se aplican en determinado orden”, por lo tanto debemos partir de la idea de que la misma pintura es una abstracción. Como dice Peter Halley, “los principios visuales de la abstracción no están confinados a la práctica del arte culto sino que se extienden a todos los aspectos de nuestra cultura visual”. Si esto es así, si abstracciones codificadas como las representaciones del cuerpo masculino o femenino para indicar los baños o una pieza de equipaje indica hacia donde debemos dirigirnos en un aeropuerto, ¿qué nos resulta tan difícil de asumir a la hora de enfrentarnos al arte abstracto del siglo XX?.

Quizás lo que nos desconcierte del arte abstracto no sea su abstracción desde la naturaleza, es decir, cuando somos capaces de reconocer que aún queda algo de real en su abstracción. Lo que verdaderamente desconcierta al espectador es la obra abstracta que se vuelve completamente irreconocible, me refiero a esa buena parte del arte del siglo XX que parece erigirse absoluto, sin relación alguna con el mundo exterior, cuando en la obra ya no reconocemos una lejana forma real simplificada hasta su máxima potencia, sino que se presenta ante nosotros como algo completamente inconexo al mundo de las apariencias. En defensa del espectador tenemos que recordar que, el paso de la figuración, que había dominado el arte occidental desde el renacimiento, a la abstracción, significaba un paso de tal envergadura que, incluso los primeros artistas que se enfrentaron a él, necesitaron de la ayuda de sus manifiestos para sentir que estaban dando un sentido completo a su obra. Ante el enigma de la "no figuración", los propios artistas se convirtieron en críticos de sus obras.

El desasosiego que deja en el espectador la contemplación de la obra abstracta procede de las incógnitas que crea y a la vez deja sin desvelar el mismo momento de su visualización. Desde mi punto de vista sería más fácil dar respuesta a algunos de estos enigmas si dejamos de ver el arte abstracto únicamente como ese “lenguaje superior de expresión emocional, en el que el “libre” juego del color “puro”, la forma y el gesto permiten al artista y al espectador comulgar en un “plano” emotivo o espiritual más allá de lo narrativo y representacional” y como bien dice Peter Halley, pasamos a reconocer el arte abstracto del siglo XX como ese reflejo de las complejidades históricas y culturales que se vivieron en el momento de su gestación y desarrollo. Creo que es determinante vincular la abstracción a ciertos acontecimientos históricos que explican la complejidad de este lenguaje, tales como, la llegada de la fotografía y sus cualidades uniformemente monócromas, el descubrimiento de los rayos X, el desarrollo del automóvil, la primera Guerra Mundial, la segunda Guerra Mundial o la invención de la Bomba atómica, entre otros. En mi opinión, entre tal caldo de cultivo, la abstracción viene cargada de inevitabilidad. 

Si la expresión pictórica ha cambiado es porque la vida moderna lo hizo necesario”. Fernand Léger, 1914.


1 comentario:

  1. Para que existiera el arte abstracto tenía que existir antes la idea de abstracto. En sí, abstracto siempre es algo inmaterializable, utópico en tanto que plasmarlo lo destituye de su abstracción. No existe nada abstracto que no esté dentro de una mente. Respecto al arte es tan simple como lo que pretendía Magritte. A lo mejor esto es una clave, a lo mejor es una pipa. Toda la filosofía del lenguaje habla de performatividad, desde que se nombra y existe va perdiendo inconsistencia hasta llegar a ser lo que se pretende que sea o algo totalmente distinto. Total, que papel higiénico y Platón escribiendo libros de espeleología porque no le da para pensar en comer.

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